(último capítulo)
El equipo liderado por Carmen Ruiz y Alain Fournier llegó al pequeño pueblo ucraniano donde Dmitry Ivanov había estado residiendo bajo una identidad falsa. El lugar, una aldea rural rodeada de campos de girasoles, parecía un escondite perfecto para alguien que quería desaparecer del radar.
Desde una casa de vigilancia improvisada, el equipo observó durante días la rutina de Dmitry. A pesar de su aparente anonimato, la pequeña cabaña donde vivía estaba equipada con medidas de seguridad inusuales: cámaras de vigilancia, un sistema de alarmas rudimentario y un laboratorio improvisado en un cobertizo adyacente.
—Este tipo no es un simple fugitivo —comentó Carmen mientras revisaban las imágenes capturadas por los drones.
Fournier asintió.
—Está operando desde aquí. Apostaría que aún está desarrollando nuevas variantes de las toxinas.
Los agentes locales sugirieron un asalto directo, pero Carmen insistió en un enfoque más sutil.
—Si entramos a la fuerza, podríamos destruir pruebas esenciales. Necesitamos capturarlo sin alertarlo de nuestra presencia.
La captura de Dmitry
Tras una semana de vigilancia, el equipo tuvo su oportunidad. Dmitry salió de su casa temprano en la mañana, cargando una mochila que parecía contener muestras químicas. Lo siguieron hasta un pequeño mercado en las afueras de la aldea y, cuando regresaba por un camino angosto, lo detuvieron discretamente junto a la Interpol.
Cuando Dmitry fue interrogado, su actitud era desafiante.
—No tengo idea de quiénes son ni de qué están hablando.
Carmen no perdió la calma. Colocó frente a él un conjunto de fotografías de los laboratorios desmantelados.
—Esto es lo que sabemos, Dmitry. Eres el responsable de diseñar las fórmulas tóxicas que Luz ha utilizado para envenenar a personas en toda Europa. ¿Crees que negarlo te ayudará?
Dmitry se mantuvo en silencio, pero su rostro delataba nerviosismo. Aunque era quien creaba las sustancias que usaba el resto del grupo, parecía un pobre diablo.
—Podemos hacerlo fácil o difícil, Dmitry. Si colaboras, podríamos considerar una reducción de tu sentencia —agregó Fournier.
Finalmente, Dmitry cedió parcialmente.
—No conozco a Luz. Siempre me contactaban a través de intermediarios. Mi trabajo era producir las fórmulas. No preguntaba para qué las usaban porque siempre me han pagado muy bien.
—¿Y las fórmulas? —preguntó Carmen.
—Son derivadas de investigaciones legítimas. Solo estaba desarrollando pesticidas más eficaces para una compañía de fitosanitarios, pero me amenazaron con abusar de mis hijas si no colaboraba. Además, me dijeron que me iban a pagar muy bien y han cumplido siempre, por lo que entendí que también cumplirían con mis hijas si no colaboraba.
El testimonio de Dmitry era valioso, pero no suficiente para detener la operación. Carmen lo presionó para obtener más información sobre las cadenas de suministro y los posibles puntos de contacto con Luz.
Una red más extensa de lo imaginado
De vuelta en Madrid, Luján recibió el informe de la captura de Dmitry y los datos que se estaban recuperando de su laboratorio. Entre los documentos incautados, encontraron información sobre envíos recientes de químicos hacia Asia y América Latina, confirmando que Luz estaba expandiendo su operación global.
Luján convocó una reunión urgente frente a un panel que, irónicamente, si bien se acotaba más también parecía crecer.
—Esto va de lo que imaginábamos. Luz no es solo una criminal envenenadora, es la cabeza de una red internacional de bioterrorismo. Si no actuamos rápido, podría causar un daño masivo e incontrolable.
El equipo acordó redoblar los esfuerzos para rastrear a los demás implicados. Mientras tanto, Luz, aunque aún bajo vigilancia, comenzaba a mostrar signos de preocupación. La detención de Dmitri paracía truncarle sus planes.
Luján sabía que era cuestión de tiempo antes de que empezara a hablar o, quizá, intentara escapar. Debían estar preparados y también redoblaron su vigilancia.
Una última trampa
Luján decidió arriesgarse con una maniobra final para exponer completamente la red. Utilizando información obtenida de Dmitry, creó un señuelo: un supuesto cliente en América Latina que solicitaba un gran envío de toxinas.
Permitieron que María visitara a Luz en su celda y fue ella quien se lo comentó. María había sido detenida dos semanas antes, en una celda aislada y no paró de chillar pidiendo su liberación. Esto fue suficiente para usarlo como palanca: debía conseguir que su hermana hablase y… lo hizo.
Luz le pidió que organizara la entrega a través de un contacto en Marsella. Y María lo coordinó a la perfección. Le pidieron que se realizara en una fecha concreta, a cabo de un mes. En esa misma fecha, los agentes, coordinados con la Europol, interceptaron el cargamento y detuvieron al intermediario, un tipo de aspecto latino que se hacía llamar Salvador y que llevaba encima, escondido bajo un chaleco antibalas, los documentos necesarios para darle una identidad falsa a Luz.
Durante el interrogatorio, el hombre reveló que Luz planeaba salir de Europa utilizando un ése falso. No le hizo falta mucha presión porque tenía claro que, si le detenían, nadie iba a ayudarle. No tenía familia ni ganas de volver a Bolivia, así que decidió negociar para rebajar su condena.
Luján, tras haber aguardado pacientemente este momento, procedió a informar a Luz de sus derechos y a notificarle su arresto formal, esta vez con cargos sólidos respaldados por las declaraciones de Dmitri y Salvador, los cuales iban a declarar. La familia de Dmitri iba a ser reubicada en un piso franco. La detención, finalmente, frustraba cualquier intento de Luz por continuar con su presunto plan.
Luz no mostró sorpresa. Simplemente sonrió.
—Han hecho un buen trabajo, inspector. Pero esto no termina conmigo.
María y Ricardo
Luján sintió cómo las piezas encajaban finalmente. María, bajo el nombre de Luz, había estado implicada en envenenamientos durante años, mientras que Luz, más escurridiza, manejaba las operaciones globales.
María también fue arrestada. Su marido no podía creerse todo lo que le habían contado y, aunque María ya no sentía nada por él, justo antes de ser conducida por la Guardia Civil hacía su justo destino, le reconoció que no quiso envenenarlo, que lo que pasó con el mantel fue solo para recolocar en varios frascos lo que había recibido por parte de su hermana. Posteriormente, lo abrazó y le pidió que rehiciera su vida, que le concedería el divorcio.
Ricardo, tras esto, le entregó a Luján la cuchara que había estado guardando por si le acusaban de algo. El inspector no le reprendió pero le recordó que había estado ocultando algo que podría haberse convertido en una prueba más; una prueba necesaria. Ricardo, agradecido, le respondió que no volvería a hacerlo.
Así, pues, el caso estaba casi resuelto. Pero Luján sabía que este no era solo el final de un caso; también era el comienzo de una revisión completa de cómo se manejaban las redes de bioterrorismo a nivel internacional. Y, sí, la red estaba debilitada, pero ¿estaba destruida? Por su parte lo tenía claro: él se retiraba para darle paso a la Europol.
Luján
Esa noche, Luján regresó a su casa, aprovechó su euforia para hacerle el amor a su mujer y, por fin, pudo descansar en paz. Ella, cuando lo vio caer rendido, sintió que le perdonaba sinceramente toda su irritabilidad y su desapego porque, al fin y al cabo, sabía que estaba casada con uno de los mejores investigadores de la historia de Córdoba.
Al día siguiente, al entrar por la puerta de oficina, Luján recibió una ovación por parte de todos sus compañeros y un peluche enorme con forma de bote en el que se podía leer Veneno.
El legado tóxico de las hermanas quedaría grabado en la historia de las envenenadoras de España, que no son pocas. Y, en ningún caso, se podrá justificar que todo tiene una razón, ni que el diablo también tiene sus razones. Con la ley en la mano y la cantidad de cuerpos de seguridad trabajando para defenderla, jamás una razón ilegal será una razón; jamás tendrá la capacidad de matar una justificación para ejecutar su plan sin ser perseguida hasta conseguir abatirla. Porque si algo ha de ser abatido es el mal.
El sabor de la culpa
Capítulo 18: El cerco a Dmitry Ivanov
por Carmen Nikol
Capítulo anterior: Cercando a Luz
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