El avión descendió sobre la ciudad de Barcelona. Desde la ventanilla, Luna observaba cómo la ciudad despertaba con el sol de la mañana. Sus ojos reflejaban una mezcla de cansancio y una oscura satisfacción. Había pasado largas horas en Abu Dabi cerrando acuerdos y gestionando transferencias complejas. Sin embargo, esa sensación de haber cumplido con éxito su misión se desvaneció en el momento en que el avión aterrizó y el anuncio indicó que debían permanecer en sus asientos.
Estuvieron un buen rato sentados. Algo estaba fuera de lugar. No era normal que la seguridad del aeropuerto demorara tanto en permitir la salida de los pasajeros. Apenas había intercambiado mensajes con Lena en su viaje, por lo que decidió que una vez saliera de la zona de control aduanero, la llamaría para informar del éxito de la operación. A pesar de su naturaleza, ahora decepcionada, fría y calculadora, no podía negar que sentía un leve nerviosismo. Abu Dabi no había sido un viaje cualquiera, y la presión de llevar el peso de operaciones cruciales había dejado su huella.
Cuando finalmente les permitieron desembarcar, Luna se dirigió a la zona de control de pasaportes con calma aparente. Llevaba consigo un maletín con documentos relevantes para el equipo, aunque Janus había sido muy claro: ningún documento debía vincularla directamente a las operaciones en Dubái ni a las de Abu Dabi ni a las cuentas en Suiza. Todo había sido diseñado para no dejar rastro. Sin embargo, mientras avanzaba en la fila, notó una presencia inusual de agentes de seguridad. Su mente rápidamente se puso en alerta. «Mantén la calma», se repetía sin cesar.
Al llegar al mostrador, el oficial revisó su pasaporte con una expresión impenetrable. Los segundos se alargaron, y Luna, acostumbrada a mantener la compostura y segura por no tener la misma cara ni la misma documentación, empezó a sentir una ligera incomodidad. De pronto, el agente le indicó con un gesto firme que lo acompañara. Sin dar explicaciones, la condujo por un pasillo lateral que la llevó a una pequeña sala de espera, donde otros dos agentes la esperaban. Luna intentó mantener la calma, pero cada vez sentía más que algo estaba a punto de estallar.
Uno de los agentes, alto y con un semblante frío, tomó asiento frente a ella mientras el otro se situaba en la puerta, cerrándola tras de sí. Luna miró al primer agente con una mezcla de desafío y curiosidad. Él la observó en silencio, estudiándola como si intentara descifrar cada uno de sus secretos.
—Señorita De Castro (su nuevo apellido) —comenzó el agente, pronunciando su nombre con una calma intimidante—. Necesitamos hacerle unas preguntas sobre su reciente viaje a Abu Dabi.
Luna sintió que le atravesaba el mismo cuchillo que le había clavado a Mateo. Temerosa y con sentimientos encontrados, fue capaz de mantener su expresión impasible. Había aprendido de Janus y Lena a no mostrar debilidad ante situaciones inesperadas. «Nada puede vincularme directamente», pensó, convencida de que los planes estaban lo suficientemente protegidos.
—Claro —respondió con voz firme—. ¿En qué puedo ayudarles?
El agente esbozó una sonrisa leve, pero sin rastro de simpatía.
—Sabemos que trabaja para una compañía de inversiones que recientemente ha iniciado una serie de movimientos financieros en el extranjero, particularmente en Oriente Medio. ¿Podría explicarnos cuál es la naturaleza de esos movimientos?
La pregunta no era tan directa como para incriminarla, pero sí lo suficiente para dejar claro que sabían algo. Luna optó por una respuesta calculada.
—Mi trabajo se centra en la gestión de activos y oportunidades de inversión para clientes en varios países. Todo es perfectamente legal y cumple con las normativas internacionales —dijo, manteniendo la serenidad en su voz.
El agente asintió, como si estuviera satisfecho con la respuesta, pero no pasó mucho tiempo antes de que continuara.
—Entonces, ¿puede explicarnos por qué una transacción de uno de esos fondos parece estar vinculada con una cuenta en Suiza que ha sido investigada por las autoridades? —preguntó, esta vez sin apartar la vista de Luna.
El corazón de Luna dio un vuelco. No tenía idea de que la cuenta en Suiza había sido puesta bajo escrutinio. Su primer instinto fue negar cualquier vinculación, pero sabía que eso podría despertar aún más sospechas. Respiró hondo antes de responder, eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Los fondos que gestionamos están estructurados para garantizar la máxima seguridad y rentabilidad para nuestros clientes. No tengo conocimiento de que alguna cuenta específica esté bajo investigación —dijo con seguridad, mirando al agente a los ojos.
El hombre mantuvo su mirada fija unos segundos antes de levantarse y salir de la habitación, dejando a Luna a solas con el otro agente. Cada minuto que pasaba, Luna sentía cómo la red en la que estaban atrapados se estrechaba. Sabía que, si los agentes encontraban la menor irregularidad, esto podría complicar no solo sus operaciones en Dubái y Suiza, sino también el proyecto de la red de Janus.
Después de un rato, el primer agente regresó, esta vez acompañado de un funcionario vestido de traje. Luna sintió un escalofrío al notar la mirada de satisfacción en el rostro del hombre. Él se sentó frente a ella y le extendió un documento.
—Señorita De Castro, lamento informarle que queda oficialmente detenida bajo sospecha de lavado de dinero y participación en una red de operaciones financieras fraudulentas —dijo con una voz fría y distante—. Le leyó sus derechos: tiene derecho a un abogado, y cualquier cosa que diga puede ser utilizada en su contra…
Luna contuvo el aliento, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. En ese momento, entendió que, aunque Janus había planeado cada detalle, algo había fallado. No sabía si el error provenía de ella, de Lena, o si alguien en el equipo había traicionado la operación. Mientras los agentes la esposaban, sus pensamientos se dirigieron a Lena y Javier. Sabía que ellos también estarían en peligro si las autoridades lograban conectar los puntos.
Mientras la llevaban hacia una camioneta de la policía en la pista de aterrizaje, Luna comenzó a planear en silencio su siguiente movimiento. Sabía que no podía permitirse la menor vulnerabilidad. Recordó las enseñanzas de Janus y las conversaciones que había tenido con Lena sobre cómo responder ante una situación de crisis. Janus siempre decía que la fortaleza de un equipo radicaba en su capacidad para adaptarse a lo inesperado. Y aunque esta vez las circunstancias parecían imposibles, Luna decidió que no se rendiría sin luchar.
Sentada en el vehículo policial, miró la ciudad a través de la ventanilla. Barcelona, que había sido su refugio y la base de todas sus operaciones, ahora parecía mirarla con frialdad, como si la ciudad misma fuera consciente de sus secretos. Su único consuelo era que Janus, Lena y el resto del equipo tendrían que haber notado su ausencia y actuarían rápido. Sabía que una red como la suya no podía desmoronarse fácilmente, pero también era consciente de que cualquier error en las comunicaciones podría comprometer a todos.
Mientras la camioneta avanzaba por las calles de Barcelona, Luna comenzó a visualizar sus próximas estrategias. Por más duro que fuese el interrogatorio, no cedería información. Tendría que confiar en que Janus y Lena hallarían una forma de liberarla y proteger los secretos de su operación. La fortaleza que sentía en su interior no era únicamente producto de su entrenamiento, sino también de la lealtad que había construido junto a sus socios. Pasase lo que pasase, Janus no dejaría que cayera sola.
Horas después, en una oscura sala de interrogatorios, Luna enfrentó un nuevo desafío. Los agentes parecían estar bien informados, y sus preguntas eran cada vez más incisivas. Denegó contestarlas hasta que no pudiese solicitar un abogado.
A lo lejos, escuchó la puerta abrirse, y un nuevo hombre ingresó a la sala. Al verlo, Luna sintió una mezcla de alivio y temor: era un abogado del equipo de Janus. La red estaba activada.
Espejo roto – Capítulo 21
Destino incierto
por Carmen Nikol
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LICENCIA: © 2025 | CC BY-NC-N
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