En los últimos tiempos, se ha introducido en nuestro lenguaje habitual un vocablo de origen hindú que, hasta hace pocos años, era difícil de escuchar en una conversación: el mantra. El concepto original que encierra esta palabra, de origen religioso, que proviene del budismo y del hinduismo, se refiere a palabras o frases sagradas, que se recitan durante el culto para invocar a la divinidad. Es decir, el equivalente a lo que nosotros denominaríamos letanía, pero incorporando exóticos aromas de oriente y de meditación trascendental. En el lenguaje coloquial, no obstante, el mantra ha perdido su sentido religioso original y se le suele utilizar como sinónimo de una especie de leitmotiv, una cantinela o consigna, reiterativa que se repite muchas veces de forma cansina.
Desde este punto de vista, un usuario destacado de los mantras, aunque no los llamase así, fue Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del del Tercer Reich entre 1933 y 1945, que ha pasado a la historia por sus técnicas propagandísticas, basadas en la repetición exhaustiva de algunas ideas falsas, como si fuesen mantras, hasta que fuesen socialmente aceptadas como verdades. Para ello, prácticamente monopolizó un medio de comunicación nuevo en aquella época: la radio. La figura de Goebbels está completamente desprestigiada por su vinculación al nazismo y su declarado antisemitismo, pero no ha ocurrido lo mismo con las técnicas que él desarrolló, ya que, dada su eficacia, han sido profusamente utilizadas, y se siguen utilizando, por gobiernos e instituciones de todos los colores y tendencias.
Para ese mismo concepto, el de introducir ideas falsas como si fuesen verdaderas, existe un vocablo castellano de uso poco frecuente, que se ajusta como anillo al dedo, una palabra que fue magistralmente utilizada por el genial Pío Baroja para el título de una de sus novelas más conocidas, Aventuras, Inventos y Mixtificaciones de Silvestre Paradox. Porque de acuerdo con el Diccionario de la Academia de la Lengua, mistificar se define como sinónimo de engañar, embaucar, falsear, falsificar o deformar.
Mantras sobre el cambio climático
Pues bien, estos conceptos y métodos están siendo sistemáticamente aplicados a nivel global en relación con el cambio climático, tratando de monopolizar los modernos medios de comunicación (véase el artículo titulado Cambio climático, Geología y Redes Sociales ), repitiendo como mantras ideas falsas con el objeto de deformar la realidad hasta conseguir (en realidad, ya está conseguido) que sean aceptadas como ciertas. Algunas de ellas, incluso, son consideradas por un elevado porcentaje de la población como verdades inamovibles, como verdaderos dogmas, a pesar de las múltiples evidencias existentes para demostrar su falsedad. Los tres mantras esenciales en los que se basan las informaciones cotidianas en los medios de comunicación, son:
- El Hombre es el responsable exclusivo del calentamiento global.
- Modificando las actividades humanas, se puede revertir ese calentamiento.
- El calentamiento, si no conseguimos detenerlo, afectará gravemente a la salud y el futuro de la Tierra.
No cabe ninguna duda de que las actividades antrópicas están ensuciando el planeta hasta límites insoportables, alterando su equilibrio en muchos aspectos, por lo que es imprescindible hacer todo lo necesario para cambiar el rumbo y corregir los daños producidos. También es indudable que las actividades antrópicas pueden estar contribuyendo al cambio climático, pero no está nada claro (sobre eso sí que existen muchas dudas) que esa contribución sea significativa o al menos, digna de ser tenida en cuenta. Porque la tremenda capacidad contaminante del ser humano no implica necesariamente que la polución introducida esté relacionada con el cambio climático. Se hace insoportable ver cómo los océanos se llenan de plásticos, cómo los acuíferos se sobre-explotan y se llenan de nitratos, y cómo los suelos están infestados de pesticidas, pero ninguno de esos desastres tiene nada que ver con el aumento de la temperatura del planeta.
Es también indiscutible que no es el hombre quien ha desencadenado el calentamiento global. Los cambios climáticos, incluso con etapas mucho más cálidas que la actual, se vienen sucediendo desde hace millones de años. Dichos cambios han estado y siguen estando dirigidos por ritmos cósmicos cuyo control está fuera de nuestro alcance, no tenemos capacidad para detener o modificar, y mucho menos revertir, los ciclos planetarios. Y, como demuestra el registro geológico de la vida a lo largo de la historia de la Tierra, gracias a los restos fósiles, la situación climática actual y la perspectiva de futuro que afronta la Tierra, no representa ningún riesgo para la salud del planeta.
Como demuestra el registro geológico de la vida a lo largo de la historia de la Tierra, gracias a los restos fósiles, la situación climática actual y la perspectiva de futuro que afronta la Tierra, no representa ningún riesgo para la salud del planeta.
Los múltiples argumentos y los numerosos datos que rebaten esos mantras climáticos, han sido ya detallados en artículos anteriores, accesibles en Entrevisttas.com. Por ello, no tiene mucho sentido repetirlos de nuevo aquí. En cambio, sí parece conveniente aclarar otros términos, nuevos mantras, que, al socaire de los tres puntos básicos anteriormente citados, aparecen con frecuencia en las informaciones sobre cambio climático.
La percepción de la emergencia climática
El más extendido de estos nuevos mantras es el de la emergencia climática, que incluso ha llegado hasta documentos oficiales en algunos gobiernos y organismos internacionales. Esas palabras sugieren que nos encontramos ante unas crisis sin precedentes, algo que no ha ocurrido nunca, cuando en realidad, existen múltiples evidencias de que el planeta ha pasado cientos de veces por situaciones idénticas, e incluso más extremas, que la actual. Sin embargo, esta tendencia catastrofista, en lugar de atenuarse a partir de los conocimientos científicos disponibles, se ha recrudecido durante los últimos años, elevando el tono dramático de los mensaje. Recientemente, en documentos de la ONU, se han utilizado los términos infierno climático y carnicería climática, dando pábulo a otras expresiones del mismo jaez como por ejemplo que el planeta tiene fiebre, o la Tierra se quema.
El imposible clima estable
Recientemente, se ha lanzado desde algunos colectivos ambientalistas el mensaje de que la humanidad necesita para sobrevivir un clima estable, concepto que encierra una enorme e intrínseca contradicción en sí mismo, porque ¿cuándo el clima ha sido estable? La naturaleza de nuestro planeta, por definición, es dinámica, y lo que a nosotros nos parece estable, como por ejemplo la tierra firme y los continentes, en realidad está viajando a la velocidad de unos pocos centímetros por año, como preconiza la teoría de la Tectónica de Placas y como ha demostrado la moderna tecnología de los GPS. Y el clima forma parte de esa dinámica cambiante. Y si no… que se lo pregunten a los antiguos habitantes del Sahara cuando tuvieron que emigrar de allí porque el vergel donde vivían se convirtió en un desierto. O, también, a nuestros antepasados neandertales y cromañones cuando tuvieron que refugiarse en cuevas para sobrevivir al frío de la última glaciación. Pretender que el clima detenga su evolución es tan iluso como intentar detener la órbita de la Tierra alrededor del Sol para que sea siempre verano.
El imposible clima ideal
Otro mantra de uso frecuente es que tenemos la inexcusable obligación de esforzarnos para recuperar el clima ideal. Dejando aparte nuestra ya mencionada incapacidad para revertir la evolución climática, ¿quién, cómo, cuándo y con qué criterios ha determinado cuáles son las condiciones climáticas ideales para el planeta? Aparentemente, alguien ha tomado la decisión por todos y ha elegido que esas condiciones óptimas son las que existían antes del inicio de la época industrial, hacia mediados del siglo XIX. Pero, ¿en base a que parámetros? ¿Estarían de acuerdo con esa decisión los vikingos cuando colonizaron Groenlandia gracias a que hubo un periodo tan cálido (o incluso más) que el actual? O nuestros antepasados cromañones, después de pelarse de frío durante muchos siglos, ¿no votarían a favor de un clima más templado? ¿A los esquimales y a los lapones, les parece mal que el planeta sea un poco más cálido?
Entonces, ¿cuáles han sido los criterios por los cuales se ha elegido el periodo preindustrial como el poseedor de un clima ideal? No parece muy difícil colegir la intencionalidad de dicha elección. Si se pretende reforzar el mantra de que es el hombre y sus actividades industriales quienes están cambiando el clima de la Tierra, es evidente que el paraíso climático debe situarse antes de que se hubiesen iniciado. Pero incluso asumiendo (aunque sea mucho asumir), que realmente las actividades antrópicas fuesen las causas principales del calentamiento actual, lo que no detalla la elección, ignorando el pasado climático de la Tierra, es si el clima preindustrial se refiere al que existía a principios del siglo XIX (un poco, no mucho, más fresco que el actual), el que existía hace 25.000 años (en plena glaciación y varios grados por debajo del que había en el siglo XIX), o el que reinaba durante el Cenozoico, hace 60 millones de años, varios grados por encima del actual.
Por otra parte, con la clara intención de apremiarnos para aceptar todas las medidas que nos están imponiendo, se nos anima desde todos los lados a luchar contra el cambio climático (como si realmente fuese un objetivo que estuviese a nuestro alcance) y preservar la salud del planeta. Se nos comunica insistentemente que el planeta está enfermo, que tiene fiebre, y para curarle la calentura, se nos ofrecen multitud de alternativas, desde sustituir nuestros vehículos por otros más caros y con menos prestaciones, hasta dejar de comer carne, pasando por la conveniencia de hacer nuestras compras en determinados supermercados, mucho más cuidadosos con la fiebre planetaria que otros de la competencia.
El catastrofismo del punto de no retorno
Además, es imprescindible que esos cambios en nuestras vidas sean realizados con urgencia, porque se nos acaba el tiempo, nos estamos acercando a un punto de no retorno. El mensaje más terrorífico que conozco sobre este mantra, es el incluido en la página web del conocido Rotary Club, donde bajo el título de TIME LEFT FOR THE HUMANKIND (el tiempo que le queda a la humanidad) aparece un reloj que, segundo a segundo, va disminuyendo hasta que dentro de algo más de trece años (a partir del momento en que se redacta este artículo y se ha consultado dicha página web), es decir en noviembre de 2036, el contador llegará a cero y, según sus predicciones, el planeta y nosotros dejaremos de existir.
No deja de ser curioso que la meteorología no pueda predecir con exactitud el tiempo que hará el mes que viene, o tan siquiera la próxima semana, y sin embargo, algunos climatólogos sean capaces de calibrar con tanta finura la maquinaria de la relojería planetaria. Esta precisión tan extrema, recuerda mucho a la del arzobispo irlandés James Ussher, quien a mediados del siglo XVII, analizando minuciosamente los textos bíblicos, estableció que el universo fue creado el 23 de octubre del año 4004 antes de Jesucristo, exactamente al mediodía.
También es curioso, supongo que será casualidad, que la fecha límite establecida para el final del planeta, sea convergente con los objetivos de la Agenda 2030. Es decir, que la fecha final sea posterior y no anterior a los plazos establecidos en dicha agenda, para incentivar su cumplimiento. Si los años que me quedan de vida me permiten llegar hasta 2036, tendré verdadera curiosidad por ver y escuchar las aclaraciones que se darán a la opinión pública cuando el contador llegue a cero y todo siga igual que ahora. Me imagino que la respuesta, como ocurrió con los promotores del fin del mundo de acuerdo con el calendario maya, o como el más reciente vaticinio pronosticado por un científico del CSIC, de que el Ártico se quedaría sin hielo en el verano de 2018, será un clamoroso silencio.
El nivel del mar
Uno de los miedos más eficaces y que más ha calado en la conciencia colectiva, es el temor a la subida del nivel de las aguas, el mensaje que de forma insistente nos llega sobre las ciudades costeras que se tragará el mar. Recientemente, Axel Timmermann (director del Centro de Física del Clima, el IBS) ha informado que, si no cumplimos los objetivo de reducir las emisiones de CO2, las capas de hielo se desintegrarán y se derretirán a un ritmo acelerado, y el nivel del mar crecerá un metro en los próximos 130 años. Otros científicos, entre ellos los del IPCC (International Panel of Climatic Change, el grupo de expertos de la ONU), son más pesimistas y vaticinan velocidades de aumento de 4 milímetros al año.
Sin embargo, los ritmos vaticinados de elevación del nivel del mar no representan ninguna novedad, ni pueden interpretarse como un comportamiento anómalo de la Tierra. Del mismo modo que el clima, el nivel del mar nunca ha sido estable y ha estado variando permanentemente a lo largo de los tiempos, siguiendo una evolución que forma parte de la propia naturaleza del planeta. A lo largo de los últimos 20.000 años, el nivel del mar ha subido 120 metros, así lo demuestran los registros geológicos, con un promedio de 6 milímetros al año. Es decir, que las dramáticas predicciones que se están realizando para el futuro, no representan una peligrosa aceleración. Por el contrario, están sugiriendo que la velocidad de ascenso se está ralentizando, ya que tanto la velocidad actual como la pronosticada para el próximo siglo, son menores que el promedio registrado durante los veinte últimos milenios.
Del mismo modo que el clima, el nivel del mar nunca ha sido estable y ha estado variando permanentemente a lo largo de los tiempos, siguiendo una evolución que forma parte de la propia naturaleza del planeta.
El no existente consenso científico
Por último, es imprescindible hacer referencia a otro mantra de uso muy frecuente, probablemente el más utilizado de todos, que sirve de apoyo y confirmación para todos los anteriores, el supuesto consenso científico sobre el origen antrópico del calentamiento global, que ha llegado incluso a ser cuantificado en un porcentaje muy próximo al 100% de la comunidad científica. Sin embargo, dicho consenso está muy lejos de ser cierto, como han denunciado muchas voces autorizadas, prestigiosos científicos, entre ellos algún premio Nobel. El último en hacerlo, y de una manera muy contundente, ha sido Steve Koonin, subsecretario de Ciencia durante la administración Obama, miembro de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU y profesor en la Universidad de Nueva York. En su reciente libro El clima: no todo es culpa nuestra, afirma taxativamente que, incluso entre los miembros del IPCC no existe el consenso general que predican los medios de comunicación y que, además, los comunicados de prensa y los resúmenes oficiales del Gobierno y de la ONU no son fiel reflejo de los resultados de los informes originales.
Los resúmenes oficiales del Gobierno y de la ONU no son fiel reflejo de los resultados de los informes originales.
Un punto en común entre los mensajes e informaciones que los medios de comunicación suelen transmitir a la opinión pública sobre el cambio climático es la cuidadosa selección del léxico, utilizando palabras dirigidas a generar temor, cargando sobre las conciencias una desagradable sensación de responsabilidad. Así lo ha denunciado públicamente Patrick Moore, uno de los fundadores de Greenpeace, quien ha comentado recientemente que las tesis oficiales sobre el cambio climático se basan en falsas narrativas, y que la teoría del apocalipsis ambiental busca el poder y el control político utilizando el miedo y la culpa de la gente.
Mistificaciones y cuentos sobre el cambio climático
Así pues, existen sólidos fundamentos para afirmar que los razonamientos en que apoyan los mantras con los que sistemáticamente se bombardea la opinión pública, están basados en datos incompletos, restringidos a las insuficientes informaciones climáticas proporcionadas por las últimas décadas o siglos, contradictorios con las evidencias que aporta la historia de nuestro planeta. Por lo tanto, volviendo a los primeros párrafos de este artículo, puede decirse que se trata de mistificaciones, que intentan introducir ideas falsas como si fuesen verdaderas, tratando de deformar la realidad. O, por expresarlo con un castellano más simple y castizo, se puede decir también que son cuentos, ya que según el Diccionario de la Academia de la Lengua, un cuento significa también un suceso falso, un embuste o un engaño.
Esta última acepción, la de los cuentos, me permite traer a colación, de nuevo y una vez más, uno de mis poemas favoritos, al que he recurrido ya en anteriores artículos, escrito por León Felipe con su peculiar estilo y que describe de forma impecable (es imposible hacerlo mejor y con menos palabras), la metodología informativa a la que se refiere este artículo:
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
Y sé todos los cuentos
Sobre mantras climáticos, mistificaciones y cuentos
Por Enrique Ortega Gironés
Fabuloso artículo.
Por fin un análisis realista y racional .
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Muchas gracias. Comentarios así animan a seguir escribiendo
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Gracias por la extraordinaria labor que realiza divulgando de forma amena y sencilla un asunto tan complejo como el que nos ocupa y rebatiendo desde la geología la línea de pensamiento único impuesta por numerosos medios de comunicación, organizaciones y algunos políticos.
Seguiré leyendo y compartiendo sus interesantes artículos.
Saludos de un geógrafo.
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Muchas gracias por sus amables consideraciones. Como en el caso del comentario anterior, es alentador para seguir escribiendo. Y muchas gracias también por contribuir a la difusión de estos artículos. Dado el férreo y monolítico control que existe sobre los medios de comunicación, es la única posibilidad de llegar a la mayor cantidad de gente posible.
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Gracias Enrique por aportar luz y sensatez. Me gusta tu artículo porque reflejas lo poquito que somos en una bola girando en el espacio a expensas de lo que pueda suceder. Somos poca cosa para poder influir tanto como aseguran.
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Muchas gracias por tus comentarios. Tenemos mucha capacidad de influencia (porque somos muchos) para ensuciar el planeta. Pero somos totalmente incapaces de alterar los ritmos cósmicos. Hemos de asimilar que el lento proceso de calentamiento (no tan rápido como como nos quieren hacer creer) y el paulatino ascenso del nivel del mar, forman parte de los ciclos naturales , del mismo modo que el verano sucede a la primavera y el día a la noche, y no representan ninguna anomalía. Mientras no comprendamos bien estos conceptos, seguirán tomándonos el pelo.
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